Su jersey grueso de cuello alto fue seguramente uno de los primeros símbolos de la incipiente democracia española. Corría el año 1973, todavía con Franco vivo, y Camacho fue juzgado junto a otros sindicalistas de las entonces nacientes Comisiones Obreras en el celebérrimo Proceso 1.001. Le cayeron 20 años de cárcel, pero la fuerza imparable del movimiento democrático le devolvió la libertad a finales de 1975. Tenía ya 57 años y llevaba a sus espaldas una larga trayectoria de luchador infatigable contra el régimen de la dictadura y en favor de los derechos de los trabajadores. Nacido en Osma La Rasa (Soria) en 1918, hijo de un guardagujas ferroviario y monaguillo ocasional en su pueblo, defendió como combatiente la legalidad republicana durante la Guerra Civil. Tras la derrota, fue detenido y encarcelado en España, y enviado a un campo de trabajos forzados en Tánger, desde donde escapó a Marruecos y a Argelia (allí se casó con su mujer, Josefina). Más tarde fue expulsado a Francia y, en 1957, recaló de nuevo en España, donde labró definitivamente el lema con el que se identificó toda su vida: "Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar".
Esa capacidad de resistencia ante la represión y su liderazgo entre los trabajadores le empujaron a crear Comisiones Obreras en Perkins Hispania, la empresa metalúrgica en la que se empleó como fresador. Su activismo sindical le hizo acreedor a numerosas condenas judiciales (ni llevaba la cuenta de cuántas) y sufrió también todo tipo de penalidades: enfermedades, huelgas de hambre..
El político que no fue
Fue dirigente activo del Partido Comunista de España (PCE), al que pertenecía desde 1935 y que fue legalizado en 1977. En sus listas resultó elegido diputado por las nuevas Cortes democráticas en las elecciones de 1977, y de nuevo en 1979. Pero las ideas que defendía (con una energía y una coherencia que hasta sus más acendrados rivales le reconocían), encajaban mejor en la práctica sindicalista que en la política. En 1981, abandonó su escaño. Lo hizo en protesta por el contenido del Estatuto de los Trabajadores y como rasgo de independencia para defender mejor los intereses de Comisiones Obreras, el sindicato del que era secretario general desde 1977.
En el cargo permaneció hasta 1987, cuando fue desplazado del liderazgo por la figura emergente de Antonio Gutiérrez. Camacho todavía siguió siendo presidente hasta 1996, pero el 19 de enero de ese año ("el peor día de mi vida", llegó a decir) fue apartado del cargo en un congreso de la organización, tras un duro enfrentamiento con Gutiérrez. Al término de la votación, Camacho lloró como un niño delante de un periodista que intentaba hacerle una entrevista. Tenía 77 años.En aquel entonces, su retirada de la gestión del sindicato se acompañó de justificaciones que lo presentaban como defensor de ideas atrasadas, obsoletas y poco compatibles con los nuevos tiempos de la democracia española.
Por encima de los prejuicios
Pero su honestidad prevaleció por encima de todos los prejuicios. Vivió casi toda su existencia en un pequeño piso de protección oficial, sin ascensor, del modesto barrio de Carabanchel Bajo, en Madrid, aunque en la etapa final de su vida, ya postrado en una silla de ruedas, se trasladó en 2009 a Majadahonda para facilitar sus desplazamientos. Era frugal y austero (siempre vestía prendas que le confeccionaba su mujer) y procuraba cuidarse físicamente. Son hábitos que seguramente adquirió durante los 14 años que permaneció encarcelado a lo largo de su vida. Mantuvo su humilde tren de vida incluso en sus momentos de mayor popularidad y responsabilidad. No le gustaban ni los restaurantes ni los taxis, y siempre que podía cogía el metro, para sorpresa de los que no conocían su forma de comportarse.
En 1990, Camacho publicó su memorias (Confieso que he luchado). En el prólogo, Manuel Vázquez Montalbán, comunista como él, dijo del veterano luchador: "Toda su vida será un trabajador que considera que el mundo no está bien hecho".
El último gran reconocimiento le llegó en noviembre de 2007 en Madrid, en un homenaje que le rindieron a él y a su mujer, su inseparable Josefina, instituciones, partidos, empresarios, intelectuales y obreros. "Este es un acto justo para un hombre y una mujer honestos". dijo el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. "Tenemos que expresar nuestro orgullo colectivo hacia los padres fundadores de la libertad y la democracia. Y Camacho lo es". "Sí, Marcelino concluyó el presidente ha merecido la pena".
Como buen resistente, dio guerra hasta el último día. Incluso se rebeló contra la noticia de su muerte, erróneamente anunciada el pasado martes. Pero en la madrugada de ayer, su voz, la voz de los trabajadores, acabó por apagarse.
viernes, 29 de octubre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario